sábado, 27 de noviembre de 2010

EL DESENCANTO

Canta el cuco sobre él,
el árbol dormido,
canta, el cuco.

Llora la historia y ríe el presente,
Piensa el futuro.

Lloro yo y conmigo no llora nadie ,
(Llora el árbol solo).




AMARESCO

De la dicotomía amatoria petrarquista en la que sólo el polo nefasto ha triunfado hasta el presente:
En mi caso es él el que se ajusta sin doblez a la dicotomía y es que es hielo y fuego al mismo tiempo, pero más hielo cuando ha tornado en un ser frío y distante a mis anhelos.
Tiempo atrás sin embargo el fuego definía las yemas de sus dedos, ardía entre mis labios y todo era amarillo. Hoy es blancura y nieve sobre cumbres de volcán apagando todos los resquicios de concupiscencia. Fuego-hielo ayer. Hielo y a veces fuego hoy.
Esta noche de confesión y locura quiero ofrecer mi humildad a la sibila y reconocer que me habló un día y me advirtió profética de su abandono.  No la creía entonces y me aferraba al rojo que envolvía nuestros días.

Quiero retornar contigo a la isla de Corfú  donde sin duda todavía están hilados los recuerdos. El agua del lago aún guarda la memoria de nuestros cuerpos enlazados y las hojas cayendo desde arriba siguen adivinando el olor de tu pelo.
Éramos entonces dos peregrinos siguiendo el camino al paraíso donde el sol  sólo tenía la llave de la tierra y desplegaba cortinones rojos en nuestras pestañas. La hojarasca marrón y cálida abanicaba nuestras risas y la cal del pueblo transmitía una luz que fundida con el alma llenaba el espíritu de un sosiego vital y placentero.
Los paseos vespertinos entre campos de olivares anaranjados se llenaban de ecos del jilguero, y pasaba el arriero y nos saludaba con la mano.
Y el sol solamente soleado miraba mis cabellos rubios endulzados de azafrán de la isla de Corfú.
Tus besos sonoros, rotundos, hacían gala del fuego.
Fuego, antes, solo fuego.

Pero tornó todo en blanco y ya no éramos dos peregrinos, sino dos transterrados por el hielo.
            Me condenaste a un delirio, exiliada de tu cuerpo y me vi cruzando el Helesponto cada noche como un Leandro de pies desorbitados que busca a la luz de un faro azul y frío.
Me has cambiado la isla por la ciudad acristalada del Retiro donde paseo noctámbula y descalza intentando sajar mis pies con los cristales rotos.
 Me has cerrado las puertas de la percepción y deambulo sin ser libre de mi misma,  y aquí me tienes, tuya y sola, pulsando frenética las teclas, anclada en el pasado, envuelta en humo gris de cigarrillo aplastado en la saliva, en mitad de un ático triste, desvencijado y frío.
Espero cada noche, espero  siempre en este ático nublado de la calle Cava baja, tendida en un rincón con gesto hierático.  Mientras, el viejo tocadiscos ofrece “Toma 5”, y la silueta de ti, amado ausente,  se perfila en mi imaginación en el único hueco al que ceden  luz las contraventanas entreabiertas.
El jazz embriaga mi alma y mi amargura.

Necesito preguntar a la sibila si se producirá un retorno, si la rueda girará a mi favor y podremos buscarnos algún día en la isla de Corfú. 
Sin duda.
Habrá nuevas cúspides, volverán cual golondrinas los días del pasado, y las cosas pendientes abrirán muros infranqueables de la memoria, nuestra historia definida en los reencuentros ya vuelve enhiesta, la estoy viendo.
La lava ardiendo derretirá entonces todo el miedo, ya no habrá más aludes estrepitosos que carguen de traición nuestras espaldas, todo será nuevamente rojo y cálido.
Así comprenderemos que los números impares no funcionan, que es vital dos y no uno, pues impar y soledad andan parejo.
Mientras mi vieja Olivetti va dando forma a mi alma en las palabras, el contorno de las letras dibujan plasmaciones del verano de otros días, el amarillo está volviendo.
No habrá separación posible nunca más, pues para condenarnos al limo sólo la parca tiene tal derecho.