COTIDIANA
DEJADEZ CONSENTIDA
La luz verdadera que se posa en la
mente
en los momentos de certeza
ha de pintarse con trazos comunes.
Sin embargo, a veces,
en el fondo de la penumbra
que es mi habitáculo
pienso quien pueda comprar las ideas
creadas por otros…
Y mientras, en mi Comala,
cotidiana dejadez consentida,
veo desde el andén irse trenes
cargados de palabras
por el túnel de un metro
cálido y frío.
LA
CIUDAD OCRE
La ciudad que duerme y se despierta
sorprendida por las cimas del Moncayo
mientras los adoquines destruidos a
golpe de bayoneta se arrastran
calzada abajo por las ruinas austeras
del ocre,
casi inexistentes,
al impulso del cierzo y el solano.
Allí en regueros de agua caudalosa
al pasar bajo el ojo de su puente
donde muere y renace la jota
por encima de la mirada eterna
del que esculpe el cobre de los majos,
allí la ciudad olvida a sus hijos, y
desagradece.
Deben estar muertos para ser
reconocidos
y no aquel del que repetidamente se
vanagloria,
sus hijos actuales, que se esconden
como sabandijas
en el preciosismo resucitado, encalado
por el paso de los años.
Joyas mudéjares que escalan para
hacerse renombrar por entre los escombros.
Además hijos que lanzan piedras contra
sus propios cuadros
o que dejan plegada la chaqueta antes
de abandonar, suicidas, el andén con los brazos en cruz.
La pena es la de siempre, la que se
cultiva en un enclave lunar y desértico
viviente de impulsos creadores más
vanos que salubres.
Allí, donde os estoy diciendo, la
ciudad olvida a sus hijos.